aplaude por horas y horas. Sonríe por horas y horas. Clama su nombre hasta el agotamiento, en una demencial explosión de alegría... y necesidad.
La princesa mantiene su sonrisa y continua caminando, mientras su amado arlequín le sigue cual fiel mascota. Un atractivo joven con fortalezidos músculos ante los acumulables años de piruetas y acrobacías. Así que él la sigue, acompañándola fielmente en su larga penitencia que más bien, resulta el simple y mísero trabajo con el que fue asignada.
Ser amada por todos, una y otra, y otra vez; mientras el camino se estrecha y la gente grita su nombre.
Sonrisas.
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